viernes, 31 de octubre de 2014

Moby Dick (Herman Melville)


Ismael es un maestro de escuela con ansias de aventura que decide viajar a la isla norteamericana Nantucket para vivir la experiencia de embarcarse como marinero en un barco ballenero. Ya tenía experiencia en la marina mercante, pero las peculiaridades de la pesca de la ballena le atraen hasta el punto de estar dispuesto a enrolarse en una campaña que durará años. La casualidad le llevará a hacerse amigo inseparable de un exótico arponero y ambos serán contratados en el Pequod, un buque que se prepara para una campaña alrededor del globo, capitaneado por un tal capitán Ahab, un hombre obsesionado con el cachalote extremadamente agresivo que le arrancó una pierna en el anterior viaje, del que apenas acaba de regresar.

Abordé esta lectura con unos prejuicios más que equivocados de lo que iba a encontrarme. Tenía una idea (de haber visto algún trozo de la película de los años 50) del argumento pero, básicamente esperaba encontrar una novela de aventuras más bien orientada al público juvenil. Qué equivocado estaba. Moby Dick me resulta difícil de clasificar: es una enciclopedia sobre cetáceos, es un relato de aventuras, es una novela sobre la obstinación, una historia de monstruos y héroes, de prodigios naturales y villanos que quieren acabar con ellos. Es decir: es una de esas obras inmortales que pocos tienen el talento o la osadía de llevarlas a buen puerto. Porque siendo sinceros, a priori, es una novela anti-comercial. No quiero ni pensar que si Melville viviese hoy en día, su obra seguramente no saldría del cajón. ¿Qué editorial se arriesgaría con este ladrillo (porque también es un ladrillo), qué editor se la leería entera para valorarla en su totalidad?

Como digo, tiene partes intercaladas para todos los gustos: una enumeración de todas las referencias a las ballenas desde la Biblia hasta los días en que se escribió la novela, la experiencias de Ismael en primera persona sobre sus descubrimientos del mundo balleneros (alguna incluso cómica), el día a día del pesquero de cetáceos, la exhaustiva explicación de cómo se cazaban ballenas en el siglo XIX, la descripción enciclopédica de las características fisiológicas de las ballenas, de los tipos de cetáceos conocidos, de sus propiedades industriales de los productos de su caza y un largo etcétera. Tiene capítulos que pueden parecen infumables sobre todo al que le dé igual cuánto mide tal o cual parte de este o u otro cetáceo, aunque también abundan los pasajes memorables por su fuerza, por su belleza, por su originalidad, por su frescura. En ocasiones la lectura se complica por la abundancia de los términos marineros, de hecho he leído que es una de las novelas con un léxico más rico (en variedad) de toda la Historia de la Literatura. Y pese a todo lo anterior, creo que todo era necesario para la novela. Melville logró como un martillo machacón meterme dentro del Pequod, vibrar con los arponeros la tensión en los botes en plena caza, e incluso compartir con el capitán Ahab la obsesión por Moby Dick, la ballena blanca. Al que haya disfrutado con la lectura de Moby Dick no podrá volver a ver un cachalote con indiferencia, eso puedo asegurarlo.

Los personajes son todos y cada uno de ellos seres de carne y hueso. Aquí no hay cartón piedra, medias verdades ni héroes o villanos. Hay hombres que se ganan la vida, con sus virtudes y sus vilezas, con sus sacrificios y excesos, sus modales y su cuota de brutalidad. Y también las obsesiones. Sobre todo las obsesiones humanas llevadas hasta el extremo de la locura. Bajo el prisma de Ismael (del cual podemos decir que simplemente se ve a sí mismo como alguien con una extraordinaria curiosidad pero sin ningún talento relevante más allá de una gran capacidad de observación y de su capacidad de explicar meticulosamente los detalles de todo aquello que experimenta en Nantucket y a bordo del Pequod).

He dejado transcurrir unos meses para publicar esta crítica y solo puedo decir que el poso que me deja es grandioso. Escribiendo estas líneas me entran ganas de releer algunos pasajes que por los que pasé sin poder saborearlos como merecían por la necesidad de avanzar. 

En resumen, es una obra dura cuya lectura precisa de constancia y tesón pero cuyos frutos, al menos para mí, compensan con creces el esfuerzo. Me parece un joya de la Literatura.

Mi calificación: muy bien. Obra inmortal.

1 comentario:

Leer Clásicos dijo...

Claro que sí, desde que la leí, hace muchos años, le he seguido la pista a todos los descubrimientos del cachalote y el calamar gigante.

Es una de esas novelas que un día volveré a releer. Mis impresiones fueron idénticas a las tuyas.

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