Marcus Goldman es un joven escritor norteamericano que obtiene un rotundo éxito con su primera novela pero que después año y medio de dedicarse a una vida de lujos y fiestas de sociedad descubre que es incapaz de concentrarse y escribir una línea de su segunda obra, tal y como exige el multimillonario contrato que ha firmado con una gran editorial. Desesperado, decide viajar para inspirarse a una pequeña población –Aurora, New Hampshire- donde vive su mentor en el mundo de las letras: el profesor y aclamado novelista Harry Quebert. Una inesperada acusación por un asesinato perpetrado treinta años antes empujará a Goldman a investigar y escribir la verdadera historia de Quebert y de los integrantes de la aparentemente tranquila comunidad de Aurora.
Me habían llegado noticias de esta novela por los medios de comunicación. No todos los días un autor de menos de treinta años logra Gran Premio de Novela de la Academia Francesa (el autor es suizo) y que su novela se convierta en un best seller mundial logrando además un buen número de críticas positivas, así que tenía muchas esperanzas puestas en esta lectura. El libro atrapa desde las primeras páginas, debido a mi afición por la escritura me identifiqué en seguida con el personaje de Goldman e incluso con su frustración por el síndrome de la página en blanco (casualidades: el mismo conflicto de escritor de La escritura necesaria de Rubén Angulo, que vengo de comentar). Sobre todo, Dicker logra mantener una expectativa permanente en el lector (o al menos hasta la mitad de la obra) y tanto la situación como el entorno como los personajes, me parecieron creíbles. Quizás me parece desproporcionado algún efecto de la acusación de asesinato (como la retirada de los libros de Quebert de las librerías, estoy seguro de que ocurriría lo contrario: se venderían más que nunca con el escándalo) pero la ambientación de un pequeña localidad de Nueva Inglaterra me pareció perfecta: Dicker logró que sintiese Aurora como tan real como pueda ser para mí Boston.
No me acabó de convencer tanto cambio temporal: la novela realiza saltos constantes del presente a diferentes pasados, en especial la época en que un Quebert de veintitantos años llega a Aurora y se convierte sin pretenderlo en una celebridad local a pesar de que se trata de un escritor totalmente desconocido en ese tiempo. Hacia el final me llegó a cansar tanta reiteración sobre los mismos hechos desde diferentes puntos de vista, quizás necesaria para dotar al lector de herramientas suficientes como para desentrañar el caso por sí mismo aunque hubo momentos (los más romanticones) que llegué a sentir un ligero hastío. El amor entre Quebert y la asesinada me pareció demasiado idealizado, demasiado de cuento de hadas aunque el autor sabe darle algunos toques de realidad en crudo. Destacaría eso sí al coro de personajes comunes, con sus pequeñas virtudes y vilezas que componen Aurora, para mí de lo mejor de la novela.
¿La historia? Con el hilo conductor del escritor que necesita desesperadamente escribir un bombazo editorial y que además quiere hacerlo ayudando a su amigo, Dicker me mantuvo en la expectativa permanente de cómo se resolvería el caso. Acerté a medias con mis conjeturas: vi cómo el autor preparaba la jugada hacia la mitad del libro pero me fue imposible prever los inesperados giros finales. No obstante, esos giros no se los saca de la manga sino que, soterrados, están ahí presentes en toda la novela así que la lectura me dejó un buen sabor de boca si bien no me quedó ese regusto a excelencia que quizás había esperado. Lo recomiendo, aunque, por hacer una odiosa comparación, disfruté más con la saga Millenium de Stieg Larsson. El caso Quebert carece de un personaje con la fuerza de Lisbeth Salander.
Mi calificación: bien.
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